miércoles, 14 de marzo de 2018

Trovadores: los últimos druidas




Estela junto a la cruz de Carndonagh, Donegal. El fili (bardo, trovador) sostiene su arpa entre las manos; el rostro de perfil es casi místico, como si estuviera en trance con los ojos cerrados escuchando una lejana melodía.

Todo trovar fue un trovar clus, "cerrado", porque en él se trataba en clave alegórica del proceso de la consecución de la sabiduría o la verdad, personificada en la figura femenina de la amada, una mujer que encarna a la Sofía. La consideración de que en el proceso de adquisición del conocimiento el filósofo adopta la actitud de un amante se tuvo por cierta ya desde Platón y Sócrates (1) y es la base de la disciplina y de la existencia misma de la palabra Filosofía

Es conocido el cursus del amante-trovador, que pasa por cuatro etapas hasta llegar al entendimiento pleno con su amada: fenhedor, pregador, entendedor y drut o drudo, "amante, fiel, consagrado". Son etapas por las que se atraviesa hasta llegar, no siempre, al conocimiento absoluto, si es que esto es posible. Pero quizá no se haya puesto de relieve la evidente relación etimológica entre el nombre del último grado, drudo, y el nombre con el que se designaba a los filósofos galos, druida.

Dante ha sido el último trovador, y precisamente por ello se ha visto obligado a romper el código de honor para revelar el verdadero nombre de su amada, la clave: "dolcissimi e ineffabili sembianti, e rubatori subitani de la mente umana, che ne le mostrazioni de li occhi de la Filosofia apparite, quando essa con li suoi drudi ragiona!". La Filosofía y sus amantes, los drudos o druidas.

La relación del filósofo con la Filosofía es una historia de amor a la que consagra su vida, y en ella también aparecen los celos: la figura del gilós y los lausengiers de las canciones de los trovadores encarnan a los filósofos rivales y a su caterva de aduladores (véase el estudio de Rivas Gil sobre el papel de pthonos, los celos, en el proceso de adquisición del conocimiento filosófico).

La base sobre la que se articula el pensamiento o la razón del investigador filósofo descansa en el diálogo con sus pares, no en vano las más antiguas obras filosóficas que nos han llegado pertenecen al género de los diálogos; así también en el mundo de los trovadores la tensó y el partimen reflejan el discurso dialogado en busca de la razón última.

La alegoría que estamos analizando del amor cortés como molde o expresión prefijada del amor al conocimiento se viene evitando incluso por parte de los expertos dedicados al estudio de las cantigas, que se limitan a la literalidad de la relación amorosa y sensual entre un hombre y una mujer de alcurnia. Afortunadamente nos quedan los versos del Rey Sabio, en los que recupera el verdadero objeto del conocimiento cristianizándolo como Virgen María:

Quen entender quiser, entendedor
seja da Madre de Nostro Sennor
Ca ela faz todo ben entender,
e entendendo nos faz connocer...

(1) Francisco Javier Rivas Gil, "El amor a la Sabiduría también conoce celos", 2001.

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