martes, 29 de marzo de 2016

El gran foso del castro de As Travesas, Carral

Otra sorpresa que nos depara la historia de Setestrelo del Códice de Roda (folio 198r) es la del intento de asedio del romano Octaviano sobre las huestes del sidéreo Setestrelo, establecidas en algún lugar de Sumio (Carral). Para su ataque Octaviano construyó un enorme foso ("et fecit fossato magno et uenit ad Septemsiderus et paussauit sua hoste ubi dicitur Sumio").  Pero ni el enorme foso ni las tácticas militares romanas pudieron contra las oraciones que Setestrelo dirigió a su dios, y las tropas romanas fueron derrotadas milagrosamente. Algo extraño ocurrió, desaparecieron, fueron aniquilidas, por eso el lugar recibe el nombre de Sumio; evidentemente la etimología que se propone del topónimo es a partir del latín sumire, "consumirse, desaparecer".

La historia se encuadra en el género de los dindshenchas, antigua disciplina bárdica que explicaba con más o menos acierto la etimología histórica de los topónimos de los principales lugares, importantes por haber tenido lugar en ellos relevantes acontecimientos; aunque a veces operaba al revés, construyendo fabulosas historias mediante etimologías inciertas o directamente inventadas a partir de la resonancia del topónimo.

Lo interesante de esta leyenda es que su autor, en el siglo X, por lo que parece buen conocedor de Carral, documenta la existencia en Sumio de un magno foso que relaciona con un acontecimiento bélico, así como la súbita aniquilación de los enemigos romanos y probablemente de su construcción defensiva, de ahí surgiría el topónimo Sumio. Y he aquí que inmediato al área que ocupa la parroquia de Sumio en Carral se localiza el castro de As Travesas, uno de los mayores de la provincia, con un enorme foso cuya colmatación deliberada, como ritual bélico, es sugerida por Manuel Gago en la entrada Historia de foxos, de su blog Capítulo 0, siguiendo los resultados de las excavaciones de Xurxo Ayán en Neixón, Antón Malde en As Travesas, y Filipe Santos en Torre de Moncorvo. 

viernes, 25 de marzo de 2016

Hijos de las estrellas

En el pensamiento mítico galaico, más que modernos hijos de Breogán, los gallegos fuimos hijos de las estrellas.

Descendemos de la constelación de Setestrelo, de las siete estrellas (septem sideris) que forman las Pléyades o Atlántides, seis estrellas visibles y una casi invisible a simple vista. En el folklore europeo la invisibilidad de una de las siete hermanas se explica de diversas formas, por ejemplo en el Kalevala las Pléyades son siete huevos, seis de oro y uno de hierro (La gallina de los pitos de oro). En nuestra particular cosmogonía uno de los siete hijos del rey Setestrelo murió en Sigüeiro, junto al Tambre, lo que causa su invisibilidad. La historia se cuenta en el Códice de Roda, y fue editada por primera vez por Juan Gil Fernández ("Textos olvidados del Códice de Roda", Habis, 1971). Nos refiere la existencia de un rey galaico llamado Septemsiderus (Setestrelo) que dominaba en toda Gallaecia, en siete antiguos conventos jurídicos romanos que repartió entre sus siete hijos estrella: Bracarus, Flavius, Teudericus, Galaa, Sequarius, Gemulus y Cesarius. Estos son los nombres de las siete estrellas hermanas a las que tocó en reparto el Setestrelo o territorio galaico, que se perfila como un reflejo terrestre de un orden sagrado superior o estructura celeste.
Estela funeraria de Mazarelas, Oza dos Ríos. Se exhibe en el Castelo de San Antón y prefigura el destino astral del difunto, representado en la parte superior rodeado de estrellas.

Todavía hoy nuestro escudo de armas luce el Setestrelo, las siete estrellas de la antigua división conventual de Gallaecia, reducidas más tarde a las siete estrellas de la división provincial de Galicia (Coruña, Betanzos, Santiago, Lugo, Mondoñedo, Ourense y Tui). Nuestra división territorial fue, pues, heredera de una antigua cosmogonía sideral, como pone de manifiesto el Códice de Roda con la leyenda de Septemsiderus.

Al mismo tiempo, algo que Gil echaba de menos en esta leyenda, una muestra de tradición jacobea, que tendría que estar muy presente por desarrollarse la historia en Gallaecia, apunta camuflada en el nombre del hijo-estrella Gemulus, trasunto de Hércules ("erat fortiosus, in singulas manos binas portauat columnas", "fecit bobata Sancti Petri" = Templo de Hércules en Sancti Petri).

Gemulus o Gemellus es otro de los nombres de Géminis, la doble estrella que en la mitología grecorromana no solo equivale a los gemelos Dióscuros, Cástor y Pólux, también a la díada formada por Apolo y Hércules, que en el texto de Roda es claramente la elegida. Por ello no se sostiene el culto a Cástor y Pólux que Américo Castro suponía en Galicia perviviendo en el de Santiago Apóstol. Siendo la doble estrella Gémulus la díada formada por el Sol y Hércules, cuyo culto sí era conocido en Gallaecia, en todo caso la devoción a Santiago Apóstol sería una cristianización de ella, y habría formado parte de una cosmogonía estelar y solar previa en la que se estructuraban diversos elementos celestes con sus proyecciones terrestres: el Setestrelo como constelación y división territorial, o el brazo de la galaxia denominado Camino de Santiago y el camino de peregrinación terrestre que recibe el mismo nombre.

No debe extrañar que la estrella heráldica sea proyección terrena de la celeste; así por ejemplo también las siete estrellas del escudo de Madrid se identifican, junto con la osa (no oso), con las Pléyades en un documento posterior (Obras de Quevedo, Butrón y otros ingenios, ms. 18308 de la BNE, pg. 184).


En fin, la concepción de nuestro origen sideral tiene su antecedente más inmediato y archiconocido en la herejía priscilianista, que, a su vez, podría ser un culto sincrético de mitos anteriores. Creía Prisciliano que las almas de los seres humanos eran cuerpos astrales que descendieron a la tierra a través de siete estrellas. El mito de Setestrelo recogido en el Códice de Roda ha de entenderse, según creo, en el contexto herético priscilianista que impregnó la religión de la Gallecia romana.

La implantación del culto a Santiago Apóstol no ha conseguido erradicar la creencia galaica en la transmigración astral de las almas, que descienden del cosmos a la Tierra y vuelven a él por el camino de estrellas llamado Vía Láctea, creada accidentalmente por Hércules cuando era amamantado por Hera; hoy ese mismo sendero estelar recibe el nombre de Camino de Santiago, y por él continúan subiendo al cielo las almas de los difuntos, a través de una puertecita que se abre y cierra continuamente en alguna parte de la catedral compostelana (Monteagudo, pg. 46). Como entrenamiento sirve realizar el viaje en vida, simbólicamente, mediante la peregrinación a Santiago o a San Andrés por vía terrestre.

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A iconografía do Beato de Liébana na configuración do Setptemsiderus do Códice de Roda.

BIBLIOGRAFÍA: para ampliar el tema del culto astral en Gallaecia, y sus bifurcaciones priscilianistas y jacobeas, así como un estudio pormenorizado de las estelas astrales galaico-romanas, "Estela funeraria romana de Mazarelas, cultos astrales, priscilianismo y outeiros", L. Monteagudo, Anuario Brigantino, 1996.

domingo, 13 de marzo de 2016

Penalada y Perlada

Si hubiera que destacar una característica de los megalitos esta sería que son construcciones realizadas con enormes piedras trasladadas, y no aprovechando piedras nativas o inmóviles, como se decía antiguamente. Este hecho está tan presente en la tradición que el folklore refiere leyendas de mouras o gigantas que al mismo tiempo que hilaban en su rueca, llevaban al niño en el colo y transportaban sobre su cabeza los esteos megalíticos.


Moura constructora de megalitos, según dibujo de Fernando Alonso Romero.

Estas leyendas no solo se han trasmitido por el folklore, en Galicia los topónimos Penalada y Perlada están motivados por la presencia actual o pasada de megalitos considerados bajo su condición de ser piedras trasladadas desde otro lugar, es decir, petras latas, de latum, participio del verbo polirrizo fero, "trasladar". Transfiero y traslado remiten, aunque no lo parezca, a un mismo verbo desde un punto de vista diacrónico.

En Francia abunda la toponimia del tipo Peyrelade en relación con enclaves megalíticos, pero los filólogos del país, y en general los hispanistas, explican el adjetivo lata por el homónimo latus, -a, -um, "ancho". Y si bien es cierto que las piedras de cobertura de los dólmenes son piedras anchas, no lo es menos que el nombre se aplicaba a todo tipo de megalitos, anchos y estrechos (menhires). Es en la interrelación entre estos topónimos y el folklore atlántico de los gigantes que trasladan megalitos con su enorme fuerza donde se manifiesta el origen del topónimo a partir del participio latino lata, "trasladada".

En el Catastro de Ensenada la delimitación de Rodís (Cerceda) pasaba por "una medorra que se halla en el sitio de Monte da Perlada".